miércoles, 11 de mayo de 2011

LA HISTORIA CLAMA CON VOZ INDECIBLE, PARA QUE NO LA DEJEMOS FALLECER

Hasta hace unos 20 años nuestro Sahagún (Córdoba - Colombia) era un terruño que aún conservaba ese aire de pueblo sabanero, en donde los abuelos se sentaban por las tardes, recostados en las esquina, a recibir el aire, en un taburete, en compañía de sus amigos, para charlar, sobre temas de actualidad, o para evocar recuerdos de sus juventudes, cuando cortejaban a sus primeras novias, cuando recibían esas cuerizas que les daban los mayores; productos de sus travesuras, o simplemente para realizar negocios, de acuerdo con sus ocupaciones.
Era muy agradable observar aquellas casa viejas, con ese frescor por sus cubiertas de palma, con paredes de bahareque, que eran adornadas con fotos de algún anciano, que representó para ellos gran parte de su vida; algunas envejecidas, con manchas por la humedad o por algún animalillo que había muerto sobre ellas o simplemente habían dejado sus deposiciones en esta, un poco empolvadas, porque aún las calles no estaban saturadas con tanto pavimento.
Provoca mucha nostalgia recordar estas viviendas, algunas con techos de zinc, con baldosas de estilos coloniales o barrocas o algunas de ellas simplemente en suelo, con algunos "parches" hechos con un mocho de escoba, el cual, con la técnica adquirida por aquellas mujeres dedicadas y sin los afanes que tiene hoy la vida social, los elaboraban con un toque artístico, que podría envidiar cualquier artista. Estas viviendas de una altura sin igual, que marcaban los atardeceres, con el rojo del cual se pintaban sus techos, el verde aguamarina que caracterizaba el color de algunas de ellas o quizás aquel amarillo que todos recordamos, con algunos manchones de ese color natural que tiene el suelo y que quedaba quizás al caerse un poco de muñiga, que cubría el bahareque del cual estaban hechas algunas, o posiblemente cuando se recubrían esos pedazos de pared con esta preparación recién hecha. Como no recordar aquel olor tan característico de la "mierda de vaca" que quedaba durante algunos días, después de embarrar una vivienda nueva, porque iba a ser habitada por una pareja de recién casados, con la bendición sacerdotal, o de aquella pareja que decidió fugarse en una noche veraniega, de luna clara, pero que ya tenían lo de la vivienda solucionado…, como lo hacían nuestros abuelos.
Es muy grande esa nostalgia, cuando paseamos por las calles de ésta, la ciudad cultural del departamento y nos damos cuentas, que estos tesoro de arquitectura antiguas están siendo reemplazadas por edificaciones modernas, con los diseños que traen los arquitectos recién "desempacados” de la universidad, pero con el afán de demostrar cuanto han aprendido; no invitan a los propietarios a conservar estas riquezas. No es desconocido para nadie el desarrollo económico que está teniendo nuestro "pueblo", pero que quienes traen sus negocios, generalmente personas foráneas, recién llegadas, que no tienen ni siquiera un poco de sentir por nuestra identidad cultural, vienen con un apetito voraz, por destruir nuestros recuerdo; en el momento que escribía estas líneas recordaba los años 82 o quizás 85, cuando la esquina del remolino era adornada por dos casa grandes, de bahareque, de color amarillo y que hacían juego con la fresquería, el edificio de Francisco Urzola y los carro viejos que se cuadraban en ese lugar para llevar y traer a los habitantes de Ranchería, los cuales compraban ajo y cebolla a los carretilleros que se ubicaban en esos lugares, es imposible dejar de recordar el sabor de un fresco de cola con leche acompañado de una galleta de panela, que eran tan populares por esos años, cuando no se conocían bebidas artificiales, como las que pululan hoy día.
Que hermosa era la avenida al Hospital, cuando se partía de la plaza del Centenario,  donde se parqueaban las camionetas que viajaban para Planeta Rica, plaza por la cual transitaban los buses de Torcoroma… ¿o Sotracor? bueno, con tantos viajeros, que tenían la oportunidad de conocer de paso al pueblo, podías caminar sin temor a una moto taxi, puesto que no existían, es más las motos eran los vehículos de las personas prestante, la clase media se transportaba en bicicletas marca 5a, cros o las famosas "burras o amansa viejo", generalmente el resto del pueblo se movilizaba a pié. En este caminar por esta avenida se veían tantas viviendas con las características antes mencionadas y que hoy nuestros jóvenes no conocen. Se alcanzaba a ver el viejo acueducto de hierro que cuando los bomberos se acordaban, al igual que ahora, surtían al pueblo de agua. Era interesante ver en los linteles de las casa las linterna a base de petróleo, que iluminaban los frentes, cuando el fluido energético nos dejaba de improviso, no existían lámparas recargables y no se acostumbraba el uso de velas, sino de las descritas linterna y mechones que encandilaban con sus grandes mechas, las que producían su incandescencia.
El Sahagún de otrora era un municipio tranquilo, de paz, don se permanecía con las puertas de hojas dobles abiertas de par en par, para iluminar la casa y para recibir la fresca brisa que refrescaba las habitaciones de toda la vivienda, las ventanas grandes, reforzadas con estructuras de madera, con varillas de hierro permitían dejar ver el interior de la edificación, algunas veces las muchachas se asomaban a ver los chicos guapos que pasaban en perfumados olores, por su frente, con un poco de brillantina en el pelo y con sus vestidos planchados, pero un poco ajados, por la postura. Para ese entonces los lotes eran supremamente baratos, lo que hacía que las viviendas fueran construidas en grandes extensiones de terreno, lo que les proporcionaba un patio muy grande, llenos de árboles frutales, muchas plantas ornamentales, y el "palo" de coco que nunca faltaba, la abuela sentada en una mecedora grande que en muchos casos aún se conserva en la casa. Estas viviendas guardan recuerdos de fiestas sociales, los bautismos, de quienes hoy son nuestros abuelos o padres, las primeras comuniones que eran en vestidos muy elegantes, las fiestas de 15 y los matrimonios de nuestros padres, recuerdos que nunca morirán pues vivirán en la memoria y en la tradición oral de las familias que aún las habitan. Es doloroso observar como el desarrollo social, económico y arquitectónico está acabando con la historia cultural material e inmaterial de nuestro municipio. Llegó el momento de recoger estas memorias, para que siquiera vivan en las imágenes tomadas por los lentes de las cámara fotográficas digitales, con las que contamos actualmente y son de fácil consecución; maestros, autoridades civiles y fundaciones culturales de nuestro municipio, no permitamos que la historia que construyeron nuestros antepasados, con tanto sacrificio, muera con el llanto silencioso y con el sentir de que se extinguirá para siempre y no la podremos recupera nunca más.
Es hora que nuestros estudiantes aprendan historia, reconstruyendo historia, que desarrollen sus habilidades comunicativas, recogiendo y sistematizando información relevante para nosotros, que se aprenda ética con la contrastación de la ética de nuestros abuelos, que hagamos ciencias y pedagogía a partir de la construcción de aprendizajes significativo en nuestros educandos.

Reconstruyamos una historia, que clama con dolores de parto para que no la dejemos morir.

ROVIN LAUDIN ALBA TORRES
LIC. Biología y Química

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